Y comencé mi labor…el pincel remojado; de forma suave se humedecía en el agua, sacaba el exceso de liquido que quedaba y elegía el color de la pintura: rojo, amarillo, azul, morado, naranjo, negro, café, gris y mas… muchos más, la infinidad de colores que se pueden crear solo está delimitada por el tamaño del alma, solo de eso, solo eso y nada más, nada, absolutamente nada…un amarillo para sentir calor…sí, eso quería, calor. Pase el pincel por la pintura e hice un trazo sobre la pared: grueso en un inicio hasta terminar en una fina y delicada línea que se extendía más allá de lo observable, plasmando parte del rompecabezas, pero ¿Qué era lo que hacía?, ¿qué quería plasmar en la pared?, ¿qué parte de mi alma saldría y quedaría expuesto al mundo?, no lo sé, tratar de controlar el impulso y adelantarse a él es imposible, es como un ente dentro de mí que solo manda y controla, no da razones y yo como buena marioneta me dejo usar y controlar a su merced, sin importar nada mas, solo la expresión de lo que quiere y lo que quiero, porque somos uno, pero separadas, compartimos el cuerpo y esencia, pero sus fines me son vetados, aunque gozo de la misma satisfacción al terminar cada labor, excitante.
Ahora el color es verde, dejando manchas por todos lados, como moscas en la pared, revoloteando en un azar que le da más sentido que el determinismo por el cual pudieron haber sido hechas. El verde da paso al café, formando una estructura más concreta. Naranjo, negro y plomo aparecen en escena, pero el pincel no es lo suficientemente rápido, lo que está dentro de mí quiere que se plasmen sus intenciones más rápido, con mayor velocidad, quiere acción, se torna obstinado, lo intento calmar, pero no puedo, es muy fuerte, desea con mucho agravio y pasión ver el resultado final. Tiro lejos el pincel, ya no me es efectivo, mis manos, necesito tocar la pintura, plasmarme a mí mismo con ella, tener contacto directo, ser uno con la pintura, que corra como sangre que da vida a nuestra creación, el puente entre mis pensamientos, mi mundo y la realidad…se va plasmando; cada vez los movimientos de mis dedos se aletargan mas, se sienten más pesadas las manos, los dedos pierden pericia, mis rodillas se cansan de sostener mi cuerpo al afinar los detalles, el constructo está listo, casi terminado, solo falta… no se qué es lo que falta… me paro erguido en plenitud frente a nuestra obra, el titiritero asiente, le gusta, puedo sentir su emoción, cree q es hora de dormir, pero hay algo, falta un significado del todo a la pintura, falta que la sangre fluya y de vida real, pero que puede ser… las ramas, las hojas, el tronco, la deformidad del árbol, el cielo detrás, las raíces…estaba todo, era un roble milenario en esplendor. Era un árbol, era vida, estaba plasmado lo que quería en el, solo falta... ¡el firmamento! ¡Eso era! Las estrellas en la copa se deben mesclar con las hojas, eran lo mismo en diferente proporción, se debía notar esa semejanza, pero no con pintura, debe ser un rasgo hecho con mis propias uñas; delicadamente difumine la pintura creando espacios en blancos q se expandían por la pintura verde y se entremezclaban. Estaba terminado, podía descansar: me tire en la cama de la pieza en la cual trabajaba y cerré los ojos intentando soñar que estoy en el árbol mecido por el viento y mirando las estrellas, bellas estrellas que pestañean felices por ser vistas.
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